miércoles, 23 de mayo de 2012

Parte 1. El cementerio está lleno de valientes.

Había corrido los riesgos, afrontando espigas con coraza de papel albal y había perdido, y es que ya se lo dijeron hace poco, cuando ella se sentía con fuerza y libre, que el cementerio estaba lleno de valientes.

Absorta en su mundo, escribiendo en su cuarto sin más, como rutinariamente nunca hacía. Se había mudado hace un año y aún no sentía ese lugar como suyo propio. Algunas de sus pertenecias seguían apelotonadas en las maletas, no había querido asentarse, no quería instalarse, se sentía extraña, no encajaba en ningún lugar y por supuesto con ninguna persona. Pero en el fondo ella lo sabía, el problema residía en sus zapatos, en sus plantas de los pies.

No se trataba de ellos, de todos los ellos que habían pasado por sus sábanas, ni se trataba de ellas, con las que los cafés ingleses parecían de película: pastas, chocolate y conversaciones livianas. Demasiados yo, y los intereses hacia el prójimo brillaban por su ausencia.
Todo a su alrededor parecía tener un rítmo lineal, y ella lo seguía a tropezones. No le parecía mal, no le parecía bien, ella sólo lo seguía.
Había días en los que aguantaba la respiración y se concentraba en que llegara la noche y dormir - Un día menos!- Se decía aliviada. Dormir y dormir. Quería despertar a la vida en sueños.
Otros días ella tan sólo se deslizaba. No pensaba, no quería pensar, se sentía molinillo de viento, dejándose llevar por las voraces corrientes en este mundo hostil, y cuando alguna de sus neuronas de cristal viajaba más allá de los límites, ella se engañaba a si misma y le contaba a todas las demás que fluía, que ella sólo se sentía corriente de agua, y que ningún oceano rechaza a un río que corra su curso, y era entonces cuando el resto de las neuronas se miraban complacidas las unas a las otras y seguían el ritmo prescrito, siempre dentro de los límites establecidos.
Pero ella en el fondo lo sabía, que sólo ella podía cambiar el destino de sus pasos hacia la dirección que ansiaba por dentro.
Pero no quería volver a correr riesgos.

Escribía ensimismada, ventanas abiertas de par en par, la Luna Creciente entrando fuerte con la brisa de verano, las velas, el incienso... el ritual estaba causando el efecto buscado, el texto empezaba a tomar forma...
Sin más un grito punzante la hizo saltar de golpe desde sus escritos hasta el mundo real, quedó petrificada.
El grito cada vez se volvía más agudo, más penetrante, era un grito de verdadero dolor, de sufrimiento como nunca habia imaginado que podría existir. No podía diferenciar si era humano o animal, a fuera de su ventana sólo había frondoso bosque inmaculado, se acercó a la ventana con el corazón casi ahogado, le dolía el pecho por tantísimo dolor.  Su cerebro fue apuñalado por miles de imágenes de los posibles orígenes de tal tortura; Y entonces con las manos apoyadas en el marco de la ventana, dolida y aturdida, intentó buscar el grito que seguía emanando desde alguna parte.
Duró unos 3 minutos, casi cuatro, y el dolor atravesaba la línea de la desperación. Poco a poco cesó y quedó apagado sin más bajo los colores pálido-rosáceos de la Luna aquella noche.

Athenea casi había desaparicido en si misma, había quedado plasmada, apoyaba la cabeza al marco de la ventana, los ojos como platos y la cara desencajada, y las lágrimas comenzaban a deslizarse mejilla abajo...

Había viajado en el tiempo, ya no estaba allí en aquella casita acojedora en el Norte de Inglaterra....


Continúa...

Chris.


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