jueves, 25 de agosto de 2011

Viaje al extrarradio

Subió las escaleras de ese lúgubre antro situado en ninguna parte, ascendía las escaleras como quien levitaba ascendiendo de los mismísimos infiernos, el Sol vertía arrogante sus rayos sobre su piel casi traslúcida, y aquella luz clara pegada en sus ojos entreabiertos, a las 10:12h de la mañana, con el cuerpo destilando a alcohol etílico, sólo podía sentar como un latigazo. Ella ascendía de entre las tinieblas y se sentía como si la luz la dejase expuesta.

Y de lo que empezó como una cerveza y un par de tapas grasientas en la terraza del Joytons, con el paso del tiempo se había ido distorsionando y el último recuerdo que me acercaba a la realidad de esa mañana del 2 de Noviembre era la tapa de un wc, drogas de diseño en los bolsillos como si de caramelos se tratase, sexo no plastificado y sin fronteras, altavoces negros gritándome (nunca se me ocurriría abrir una de aquellas monstruosas cajas negras, me imaginaba la ira de los cuatro jinetes del apocalípsis pudiendo salir de allí despedida contra todas aquellas larvas que allí nos contoneabamos). Lo que empezó con una promesa se había ido distorsionando y ahora sólo quedaban retales de lo que pudo haber sido, pero no fue.

Y allí estaba ella, ahi estaba yo, como si mil dedos la señalasen. Misiles apuntaban contra mi cogote.
Pero no tenía miedo, nada podría asustarla. No llegado a este punto.
Comenzó a serpentear las calles, mataría por un café bien cargado de cafeína (y por un manantial de agua que pudiera calmar su sed, si es que eso era posible) y... por algo que echarse a la boca, no porque tuviera hambre, si no porque tenía la boca tan pastosa que no podía casi ni abrirla sin que tuviese la sensación de que vomitaría por los cuatro costados. Lo que sea que había tomado esta noche no la dejaba comer, estaba escuálida, sus pequitas posadas sobre su piel blanca y su pelo pelirrojo bañando sus hombros antes ensimismaban a cualquiera, y esos andares que aún conservaba eran casi sacados de un cuento, atravesaba las calles como amazona trás su presa, sensual y decidida.
Y ahora parecía casi transparente, tísica y clavada a Mary-Kate Olsen pero con un estilo más grunge (o a la otra, la gemela, que más da) Y a pesar de su cuerpo de alfiler y esa carita ausente de mejillas seguía siendo tremendamente guapa.

No recordaba en que momento tomó la decisión de saltar de un continente a otro, recordaba el cómo, el dónde y el por qué lo llevaba grabado a fuego; pero había olvidado el cuando. Recuerdo que hacía meses que lo decía, lo insinuaba, y un día compró un billete de avión al extrarradio, y con todas sus ilusiones puestas en aquella inversión se despidió. Y entre abrazos de esos que parecen que llevan superglue en la piel y lágrimas, se escuchaba un estruendo de fondo, era su corazón que se rompía trás tantas emociones. Y las piezas inundaban el suelo en mil pedazos, imposible recomponer tanta micropieza roja, imposible que se llevara su corazón en el avión. Asi que lo dejó allí, roto y cerca de sus pequeños, bañado en lágrimas de cocodrilo.

Por eso a ella decía que no le podría pasar nada lo suficientemente importante, decía que dejar a sus hijos era el dolor más grande que cualquier mujer podía soportar. Y Por eso ella no tenía miedo.

Por eso y porque ya no tenía el corazón consigo.