jueves, 16 de julio de 2015

Volar

Volar, lo que se dice volar, ya no recuerdo.
Abrir mis alas blancas, las enterradas en el último cajón del ropero,
polvorientas y medio atrofiadas, y sacarlas a paseo.
Volar, lo que se dice volar, ahora no puedo.

Mis pobres y desdichados latidos duelen. 
Secuelas de sístoles y diástoles palpitadas tras imposibles anhelos. 
Y aunque me mires y me tiemblen los cimientos, 
Volar, lo que se dice volar, aún no quiero.

Siempre se me dio bien, eso de saltar estrepitosas alturas desde elevados rascacielos.
Siempre estuvieron ellas, radiantes fluorescentes, para salvarme del derrumbe, 
o de los huesos rotos contra el suelo.
Aunque tú y yo sabemos que volar, lo que se dice volar, a veces inmola el pecho.

Miedo, que me inmoviliza si recuerdo los saltos kamikazes, 
la guerra de pestañas y las alas que nunca se abrieron.
Un largo círculo vicioso y demasiados caminos ajenos.
Y ahora, volar lo que se dice volar, no se si puedo.

Los vuelos. Siempre te hablo de mi vuelo. 
Pero yo, volar lo que se dice volar, no se si me acuerdo.
Sin embargo, quiero que apretemos la mandíbula, 
cerremos los ojos y nos elevemos hasta el techo.

Recorrer los ríos y senderos de tu mente inquietos. 
Celebrar con confeti cada endorfinado encuentro.
Que soy de las que prefiero morir en el salto,
que vivir rozando la insípida prudencia del no-me-arriesgo.

Que yo, volar lo que se dice volar, no se si puedo.
Pero contigo, siento la locura de propulsarme hasta el cielo.


Cristina R. - Todos los derechos reservados.